LA JUSTICIA DE DIOS
Introducción
1. El Cristo en ti no habita en un cuerpo. 2Sin
embargo, está en ti. 3De ello se deduce, por lo tanto, que no estás
dentro de un cuerpo. 4Lo que se encuentra dentro de ti no puede
estar afuera. 5Y es cierto que no puedes estar aparte de lo que
constituye el centro mismo de tu vida. 6Lo que te da vida no puede
estar alojado en la muerte, 7de la misma manera en que tú tampoco
puedes estarlo. 8Cristo se encuentra dentro de un marco de santidad
cuyo único propósito es permitir que Él se pueda poner de manifiesto ante
aquellos que no le conocen y así llamarlos a que vengan a Él y lo vean allí
donde antes creían estaban sus cuerpos. 9Sus cuerpos entonces
desaparecerán, de modo que Su santidad pase a ser su marco.
2. Nadie que lleve a Cristo dentro de sí puede dejar
de reconocerlo en ninguna parte. 2Excepto en cuerpos. 3Pero
mientras alguien crea estar en un cuerpo, Cristo no podrá estar donde él cree
estar. 4Y así, lo llevará consigo sin darse cuenta, pero no lo
pondrá de manifiesto. 5Y de este modo no reconocerá dónde se
encuentra. 6El hijo del hombre no es el Cristo resucitado. 7El
Hijo de Dios, no obstante, mora exactamente donde el hijo del hombre está, y
camina con él dentro de su santidad, la cual es tan fácil de ver como lo es la
manifestación de su deseo de ser especial en su cuerpo.
3. El cuerpo no tiene necesidad de curación. 2Pero
la mente que cree ser un cuerpo, ciertamente está enferma. 3Y aquí
es donde Cristo suministra el remedio. 4Su propósito envuelve al
cuerpo en Su luz y lo llena con la santidad que irradia desde Él. 5Y
nada que el cuerpo diga o haga deja de ponerlo a Él de manifiesto. 6De
este modo, el cuerpo lleva a Cristo, dulce y amorosamente, ante aquellos que no
lo conocen, para así sanar sus mentes. 7Tal es la misión que tu
hermano tiene con respecto a ti. 8Y tu misión con respecto a él no
puede sino ser la misma.
I. El vínculo con la verdad
1. No puede ser difícil llevar a cabo la tarea que
Cristo te encomendó, pues es Él quien la desempeña. 2Y a medida que
la llevas a cabo, aprendes que el cuerpo sólo aparenta ser el medio para
ejecutarla. 3Pues la Mente es Suya. 4Por lo tanto, tiene
que ser tuya. 5Su santidad dirige al cuerpo a través de la mente que
es una con Él. 6Y tú te pones de manifiesto ante tu santo hermano,
tal como él lo hace ante ti. 7He aquí el encuentro del santo Cristo
Consigo Mismo, donde no se percibe ninguna diferencia que se interponga entre
ninguno de los aspectos de Su santidad, los cuales se encuentran, se funden y
elevan a Cristo hasta Su Padre, íntegro, puro y digno de Su Amor eterno.
2. ¿De qué otra manera podrías poner de manifiesto
al Cristo en ti, sino contemplando la santidad y viéndolo a Él en ella? 2La
percepción te dice que tú te pones de manifiesto en lo que ves. 3Si
contemplas el cuerpo, creerás que ahí es donde te encuentras tú. 4Y
todo cuerpo que veas te recordará a ti mismo: tu pecaminosidad, tu maldad,
pero sobre todo, tu muerte. 5¿No aborrecerías e incluso intentarías
matar a quien te dijese algo así? 6El mensaje y el mensajero son
uno. 7Y no puedes sino ver a tu hermano como te ves a ti mismo. 8Enmarcado
en su cuerpo verás su pecaminosidad, en la que tú te alzas condenado. 9En
su santidad, el Cristo en él se proclama a Sí Mismo como lo que eres tú.
3. La percepción es la elección de lo que quieres
ser, del mundo en el que quieres vivir y del estado en el que crees que tu
mente se encontrará contenta y satisfecha. 2La percepción elige
donde crees que reside tu seguridad, de acuerdo con tu decisión. 3Te
revela lo que eres tal como tú quieres ser. 4Y es siempre fiel a tu
propósito, del que nunca se aparta, y no da el más mínimo testimonio de nada
que no esté de acuerdo con el propósito de tu mente. 5Lo que
percibes es parte de lo que tienes como propósito contemplar, pues los medios y
el fin no están nunca separados. 6Y así aprendes que lo que parece
tener una vida aparte en realidad no tiene vida en absoluto.
4. Tú eres el medio para llegar a Dios; no estás
separado ni tienes una vida aparte de la Suya. 2Su Vida se pone de
manifiesto en ti que eres Su Hijo. 3Cada uno de Sus aspectos está
enmarcado en santidad y pureza perfectas, y en un amor celestial tan absoluto
que sólo anhela liberar todo lo que contempla para que se una a él. 4Su
resplandor brilla a través de cada cuerpo que contempla, y lleva toda la
oscuridad de éstos ante la luz al mirar simplemente más allá de ella hacia la
luz. 5El velo se descorre mediante su ternura y nada oculta la faz
de Cristo de los que la contemplan. 6Tu hermano y tú os encontráis
ante Él ahora, para dejar que Él descorra el velo que parece manteneros
separados y aparte.
5. Puesto que crees estar separado, el Cielo se
presenta ante ti como algo separado también. 2No es que lo esté
realmente, sino que se presenta así a fin de que el vínculo que se te ha dado
para que te unas a la verdad pueda llegar hasta ti a través de lo que
entiendes. 3El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son Uno, de la
misma manera en que todos tus hermanos están unidos en la verdad cual uno. 4Cristo
y Su Padre jamás han estado separados, y Cristo mora en tu entendimiento, en
aquella parte de ti que comparte la Voluntad de Su Padre. 5El
Espíritu Santo es el vínculo entre la otra parte -el demente y absurdo deseo
de estar separado, de ser diferente y especial- y el Cristo, para hacer que la
unicidad*
le resulte clara a lo que es realmente uno. 6En este mundo esto no
se entiende, pero se puede enseñar.
6. El Espíritu Santo apoya el propósito de Cristo en
tu mente, de forma que tu deseo de ser especial pueda ser corregido allí donde
se encuentra el error. 2Debido a que Su propósito sigue siendo el
mismo que el del Padre y el del Hijo, Él conoce la Voluntad de Dios, así como
lo que tú realmente quieres. 3Pero esto sólo lo puede comprender la
mente que se percibe a sí misma como una, y que, consciente de que es una, lo
experimenta así. 4La función del Espíritu Santo es enseñarte cómo
experimentar esta unicidad, qué tienes que hacer para experimentarla y adónde
debes dirigirte para lograrlo.
7. De acuerdo con esto, se considera al tiempo y al
espacio como si fueran distintos, pues mientras pienses que una parte de ti
está separada, el concepto de una unicidad unida cual una sola no tendrá
sentido. 2Es obvio que una mente así de dividida jamás podría ser el
maestro de la Unicidad que une a todas las cosas dentro de Sí. 3Y,
por lo tanto, lo que está dentro de esta mente, y en efecto une a todas las
cosas, no puede sino ser su Maestro. 4Él necesita, no obstante,
utilizar el idioma que dicha mente entiende, debido a la condición en que esta
mente cree encontrarse. 5Y tiene que valerse de todo lo que ella ha
aprendido para transformar las ilusiones en verdad y eliminar todas tus falsas
ideas acerca de lo que eres, a fin de conducirte allende la verdad que se
encuentra más allá de ellas. 6Todo lo cual puede resumirse muy
simplemente de la siguiente manera:
7Lo que es lo
mismo no puede ser diferente, y lo que es uno no puede tener partes separadas.
LECCIÓN 280
¿Qué límites podría imponerle yo al Hijo de Dios?
1. Aquel que Dios creó ilimitado es libre. 2Puedo
inventar una prisión para él, mas sólo en ilusiones, no en la realidad. 3Níngún
Pensamiento de Dios ha abandonado la Mente de su Padre; 4ningún
Pensamiento de Dios está limitado en modo alguno; 5ningún
Pensamiento de Dios puede dejar de ser eternamente puro. 6¿Puedo
acaso imponerle límites al Hijo de Dios, cuando su Padre dispuso que fuese
ilimitado y semejante a Él en libertad y amor?
2. Hoy quiero rendir honor a Tu Hijo, pues sólo
así puedo encontrar el camino que me conduce hasta Ti. 2Padre,
no le impondré límite alguno al Hijo que Tú amas y que creaste ilimitado. 3El
honor que le rindo a él Te lo rindo a Ti, y lo que es para Ti es también para
mí.
No hay comentarios:
Publicar un comentario