domingo, 4 de noviembre de 2012

El otro como mi respejo. Sobre las relaciones.



El otro como mi respejo.


Fuente:http://anasandrea.com/2012/06/04/el-otro-es-mi-espejo/


Jesús Enseñó: "Ama a tu prójimo como a ti mismo” y “No hagas a otros lo que no te harías a ti". Dijo esto porque tu prójimo eres tú y, cuando le haces algo a otros, te lo estas haciendo a ti mismo.

No hay nadie allí fuera. Todo lo que vemos es un reflejo, imágenes de nuestro propio Ser. Cuando luchamos, luchamos contra nuestro Ser. Cuando amamos, sólo estamos dándole amor a nuestros Ser. Existe un único Ser en todo el universo: nosotros.

Si la acción de alguien me enoja, me pregunto: ¿Hago yo eso? Si soy sincero, en la mayoría de los casos la respuesta es afirmativa. Casi siempre que reaccionamos antes los demás es porque hacen algo que no aceptamos en nosotros. Si haces una lista de los aspectos positivos y negativos de una persona que no te gustan, lo más probable es que descubras muchas semejanzas con tu persona. Este ejercicio requiere un alto grado de sinceridad, pero si lo puedes hacer, crecerás tremendamente con la experiencia.

La clave para discernir qué es nuestro y qué es de otros, está en comprender la diferencia entre la observación y la reacción. Puedo observar que una habitación está desordenada, que una palabra está mal escrita o que una persona tiene la mala costumbre de interrumpir a otros mientras hablan. Si puedo verlo claramente sin ninguna carga emocional, estoy ejerciendo la necesaria facultad de la discriminación, y dicha observación me beneficia tanto a mí como a la persona que ejecuta la acción. Si, por otra parte, me irrita ver a alguien haciendo algo que me desagrada y pierdo los nervios, entonces estoy reaccionando, y lo más probable es que eso sea un indicio de que actúo de la misma manera pero me niego a aceptarlo. Para realizar este ejerció es necesario ser muy sinceros, y para beneficiarnos de él debemos querer con más ahínco crecer que llevar la razón o mantener nuestros juicios de valor u opiniones.

Carl Jung lo denominó la “Sombra”. Proyectamos en otros lo que no deseamos ver en nosotros mismos. Debemos abordar esta falta de aceptación de nuestro carácter y traerla a la superficie, ya que nuestro propósito en la vida es hacer consciente lo inconsciente, y crecer para amarlo todo. Si a través del ego nos cegamos para no ver esos aspectos nuestros que desagradan, los proyectaremos sobre los demás y nos identificaremos con los atributos opuestos, que creemos buenos y además capaces de aceptar. Pero la clave consiste en destruir las ideas de separación exponiéndolos a la luz. Tan pronto como nos segregamos de los demás y decimos: “Yo soy bueno y tu malo”, hemos creado la mentira de la separación, porque todos somos todo.

El modo de desprendernos de la sombra es poseerla o aceptar como nuestros esos aspectos que nos desagradan y no aceptamos en los demás. Una vez que comprendamos que no reaccionamos ante el otro, sino ante nosotros mismos, el conflicto se elimina inmediatamente de la relación, pues eximimos a la otra persona de la necesidad de encajar en nuestro molde. Lo único que tenemos que hacer ahora es cambiar nosotros, algo más sencillo que intentar reformar a los demás o al mundo. De hecho, no transformaremos el mundo a menos que antes cambiemos nosotros.

Es interesante observar que la “sombra” puede originar separación hasta la esfera de lo “bueno”. Si tienes la tendencia a idolatrar y adorar a un gurú o maestro, tal vez hayas creado una especie de “sombra Blanca” que debes integrar. En este caso, renuncias a aceptar que dentro de ti existe una buena cualidad, por ejemplo, sabiduría, amor o bondad. Al proyectarla sobre el maestro y creer que él o ella tienen pero tú no, creas otra separación y niegas la sabiduría, amor y bondad que moran en tu interior. Cualquier maestro de la Verdad le recordará a sus estudiantes que todo lo que buscan en él ya existe dentro de ellos.

Me viene a la cabeza la historia de Narciso, que perdió la conciencia de sí al quedar fascinado por su imagen reflejada en el están que. Aunque normalmente la entendemos como una lección contra la vanidad, sus implicaciones son mucho más profundas. Si, cuando miramos a otros, sólo nos vemos a nosotros, como Narciso, nos estamos dejando fascinar por el reflejo de nuestra imagen. La única forma de librarnos del hechizo es percibir nuestro ser, no su imagen. El sueño se acaba cuando nos damos cuenta de que nuestro ser lo componen todos los actores que actúan en la obra.
Taller de emociones atrapadas.

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