La liberación de la culpa
Nuestro objetivo es poseer un concepto de nosotros mismos resistente y
positivo, y mantenerlo más allá de nuestra habilidad o falta de ella en
cualquier ámbito concreto, y más allá de la aprobación o desaprobación de cualquier
persona.
Al avanzar hacia esa meta, es de vital importancia el modo en que usted
piensa acerca de su conducta (los parámetros por los cuales la juzga y el
contexto dentro del cual la ve); sobre todo en los momentos en que se inclina a
condenarse a usted mismo. Es obvio que la culpa subvierte la autoestima
positiva.
Evaluar su conducta encierra algunas preguntas como: ¿según los parámetros
de quien juzga usted su conducta: los suyos o los de otra persona?
¿Trata usted de comprender por que actuó como lo hizo? ¿Recuerda las
circunstancias, el contexto y las opciones que, según usted percibió, estaban a
su disposición en ese momento?
¿Evalúa usted su conducta como si fuera la de otro?
Cuando piensa en su conducta, ¿identifica las áreas o las circunstancias
especificas en las que tiene lugar, o generaliza en exceso y dice: "Lo
ignoro", cuando en realidad quizás ignore un tema particular pero conozca
bien muchos otros temas? ¿O dice: "Soy débil", cuando en realidad
puede faltarle coraje o fuerza en una esfera particular pero no en otras?
Si lamenta sus acciones, ¿trata de aprender de ellas, para que en su
conducta futura no repita las mismas equivocaciones? ¿O simplemente sufre por
el pasado y sigue pasivamente atado a modelos de conducta que sabe inadecuados?
La respuesta a todas estas preguntas tendrá
profundas implicaciones para su autoestima.
Nos sentimos culpables cuando:
Al contemplar algo que hemos hecho o dejado de hacer, experimentamos un
sentimiento de minusvalía;
Nos vemos impulsados a racionalizar o justificar nuestro conducta.
Nos podemos a la defensiva, en actitud combativa, cuando alguien menciona
la conducta en cuestión;
Nos resulta difícil y penoso recordar o examinar la conducta.
Piense en alguna acción que haya realizado, o que no haya realizado, de la
cual se arrepiente, algo lo bastante significativo como para haber hecho mella
en su autoestima. Luego pregúntese: ¿según los parámetros de quien estoy
juzgando? ¿los míos o los de otro? Si esos parámetro no son en verdad suyos,
pregúntese: ¿Qué es lo que yo creo en realidad sobre esto? Si usted es
un ser humano pensante y, con toda honestidad y plena conciencia, no ve nada
malo en su conducta, quizás encuentre el coraje necesario para dejar de
condenarse en ese mismo instante. O, al menos, tal vez comience a vislumbrar
una nueva perspectiva en la evaluación de su conducta.
"Yo solía hacerme reproches -decía Beatriz, en una de nuestras
sesiones de terapia- porque nunca quise que mi madre viviera conmigo. es decir,
conmigo, mi marido y nuestros hijos. Me educaron según el principio de que el
deber hacia los padres es lo más importante, y que el egoísmo es un pecado.
Pero una de las cosas que conseguí con la terapia es prestar atención a lo que
yo realmente pienso, más que a lo que a veces me digo que pienso. Y la
verdad es que para mi esas enseñanzas no tenían ningún sentido, sobre todo al
considerar que mi madre siempre dejo bien en claro que yo no le gustaba mucho,
y que yo sé que ella no me gusta mucho a mi. Nunca nos llevamos bien. Toda su
vida estuvo inmersa en el abatimiento y la fatalidad. Si yo me mostraba
demasiado feliz, solía decirme que algo no me funcionaba bien. Pensé que, si
permitía que mi madre viniera a vivir con nosotros, iba a ser un infierno para
mí y para mi familia. Además, es mi vida, no la de ellos. Así que haré lo que a
mi me parece racional, y aceptare las consecuencias."
No estoy sugiriendo con esto que todos los valores son subjetivos y que la
moral es sencillamente lo que un individuo piense o sienta que es moral. En Honoring
the Self desarrollo mi propio concepto de lo que entiendo por una ética
racional y objetiva, una ética de autointerés racional y lógico. Pero en
general la gente suele dejarse intimidar por las preferencias valorativas de
los demás, a expensas de sus propias necesidades, percepciones y autoestima.
En la práctica de la terapia, gran parte de lo que se llama culpa tiene que
ver con la desaprobación o la condena de otros, de personajes influyentes como
los padres o cónyuges; no siempre es aconsejable tomar las declaraciones de
culpa (las nuestras o las de los demás) al pie de la letra. Con frecuencia,
cuando alguien declara: "Me siento culpable por esto y por esto", lo
que en realidad quiere decir, aunque rara vez lo reconoce, es: "Tengo
miedo de que si mamá o papá (o alguna otra persona importante) se entera de lo
que he hecho, me critique, repudie o condene". A menudo, la persona no
considera la acción como verdaderamente mala, en cuyo caso lo que siente no es
literalmente culpa. De modo que la solución a esta categoría de
"culpa" es atender a la auténtica voz del yo, respetar su
propio juicio por encima de las creencias de los demás que uno no comparte de
manera sincera (aunque finja hacerlo)
Recuerdo algunos pacientes que confesaban sentirse culpables por la
masturbación, porque cuando eran jóvenes sus padres les habían enseñado que era
pecado. A veces un terapeuta "soluciona" este problema reemplazando
la autoridad de los padres del paciente por la suya propia y asegurándole que
la masturbación es una actividad más que aceptable. Pero esto supone que la
"culpa" está provocada por una idea equivocada sobra la moralidad de
la masturbación. Yo considero que esta actitud equivale a echar una cortina de
humo.
El problema más profundo es la dependencia y el miedo a desafiar los
valores de otras personas influyentes. Así pues, trabajo, en primer lugar, para
tratar de lograr un cambio en la definición del problema, de la manera
siguiente: "Yo no creo que la masturbación sea algo malo, pero tengo
miedo de la desaprobación de mis padres". Al reconsiderar el
problema de este modo, hemos salido del campo de la culpa y el autorreproche;
le hemos dado una definición más precisa y útil. Y el desafío se convierte en: ¿Estoy
dispuesto a perseverar y actuar de acuerdo con mis propias percepciones y
convicciones? Tal disposición es uno de los significados de "honrar al
yo". Cuando una persona acepta este desafío, la autoestima se eleva.
A veces las declaraciones de culpa son una cortina de humo para ocultar
sentimientos negados o rechazados. Por ejemplo: "No he logrado vivir de
acuerdo con las expectativas o parámetros de otro. Tengo miedo de admitir que
esas expectativas y esos parámetros me intimidan. Tengo miedo de reconocer
cuánto me irrita lo que se espera de mí. Así que, en cambio, me digo a mi
mismo, y les digo a los demás, que me siento culpable de no haber hecho lo
correcto, y de ese modo no tengo que temer comunicar mi resentimiento y poner
en peligro mi relación con los demás".
Si usted se reconoce en esta descripción, la solución para su
"culpa" es ser honesto consigo mismo y con los demás respecto de su
resentimiento. Primero, por supuesto, debe ser honesto consigo mismo. Reconozca
su irritación. Admita que su resentimiento está regido por parámetros y
expectativas que no son verdaderamente suyos. Y observe cómo la
"culpa" comienza a desaparecer, aunque aun deba seguir luchando para
obtener una mayor autonomía.
Cuando nos comportamos de modos que se oponen a nuestro juicio de lo que es
apropiado, tendemos a perder valor ante nuestros propios ojos. Tendremos a
respetarnos menos. Pero si nos limitamos a castigarnos, a despreciarnos, y
luego no pensar más en ello, deterioramos nuestra autoestima y aumentamos la
probabilidad de poseer menos integridad personal en el futuro. Un mal concepto
de uno mismo es una profecía que siempre acaba cumpliéndose: provoca en
nosotros una mala conducta. No mejoramos diciéndonos que estamos corruptos.
Nuestras acciones son un reflejo del sujeto y la entidad que pensamos que
somos. Necesitamos aprender, pues, una reacción alternativa frente a nuestras
faltas, que es más útil para nuestra autoestima y para nuestras conductas
futuras.
En lugar de caer en la autocondena, podemos aprender a preguntarnos:
¿cuáles fueron las circunstancias? ¿Por qué mis elecciones o decisiones
parecían deseables o indispensables en aquel contexto? ¿Qué estaba yo tratando
de lograr? ¿De qué modo intentaba defenderme?
No podemos comprender las acciones de un ser humano hasta que comprendamos
por qué tienen algún sentido para la persona implicada. Necesitamos conocer el
contexto personal en el que ocurrieron las acciones, el modelo de realidad, el
modelo del yo-en-el-mundo que yace detrás de las conductas.
Por ejemplo: supongamos que soy una mujer que he elegido permanecer
demasiado tiempo junto a un marido alcohólico que me maltrataba físicamente, lo
cual es peligroso tanto para mí como para mis hijos. Sé que debería irme, pero
tengo miedo. La vida es para mí algo temible, mi situación me resulta precaria,
y veo que mis recursos y opciones son muy limitados. Dada mi inseguridad
básica, mi modelo personal del yo-en-el-mundo, estoy tratando de sobrevivir, lo
cual no es un crimen. Quizás desee tener más coraje y confianza y no sufrir
tanta angustia, pero no puedo maldecirme por tratar de vivir. Sólo puedo
aprender que es posible vivir mejor cambiando mi punto de vista sobre mí misma
y sobre el mundo.
El hecho importante es éste: si podemos contemplar nuestro contexto
personal con compasión y deseos de comprender (sin negar ni por un momento lo
equivocado de nuestra conducta), si podemos ser para con nosotros mismos un
buen amigo que realmente quiere saber por qué nos comportamos como lo hacemos,
entonces podremos curarnos; sentiremos quizá remordimiento y arrepentimiento,
pero no nos autocondenaremos. Y la consecuencia más probable será la decisión
de ser mejores en el futuro.
Este, después de todo, es el modelo que utilizamos en la terapia. Una mujer
confiesa una infidelidad sexual; un hombre admite que ha perpetrado una
violación; un empleado reconoce haberse apropiado de los fondos de la empresa;
un adolescente cuenta haber herido adrede a su hermano menor; un científico
admite haber falsificado datos; un padre confiesa haber sido cruel y
desconsiderado con respecto a las necesidades de sus hijos; un profesor
reconoce haber aprovechado el trabajo de un alumno para mejorar su prestigio;
una secretaria admite haber faltado a su empleo, con la excusa de estar enferma,
para salir con su novio; un periodista confiesa haber inventado chismes con
fines maliciosos. Algunas de estas acciones pueden ser triviales, otras tienen
trágicas consecuencias. Pero cuando en la terapia nuestros pacientes hablan de
ellas transmitiéndonos su sentimiento de culpa, ¿qué hacemos para repararlo?
"Mi
madre era muy sarcástica -dice una enfermera de treinta y un años. Tenía una
lengua viperina. Cuando yo era chica, no sabía como acostumbrarme a eso.
Lloraba mucho. Siento escalofríos cuando pienso en mí misma a los tres, cuatro
o cinco años."
Pero muchos
de sus pacientes se han quejado de sus modos bruscos y sus ocasionales
observaciones mordaces. Sabe que en general no cae bien, pero tiende a
engañarse en cuanto al porqué.
"Cuando
yo tenia doce años -manifiesta un abogado de cincuenta y un años- en nuestra
calle había un chulo que me aterraba. Me pegó varias veces y, después, con solo
mirarlo quedaba yo reducido a la nada. No me gusta recordarlo. No me gusta
hablar de ello. En realidad, no me gusta admitir que era un chico asustado.
¿Por qué no podía afrontar la situación de otra manera? Mejor que me olvide de
ese pequeño bastardo lo antes posible."
Aunque es brillante en su trabajo, pocos de sus
clientes simpatizan con este hombre. Lo consideran insensible y cruel. "Es
un chulo", ha observado más de uno.
Existen muchas razones que hacen que la gente sienta
que no pueden perdonar al niño que fueron una vez. Como los pacientes
mencionados, niegan y rechazan a ese niño. Traducidas a palabras, sus actitudes
equivalen a lo siguiente: no puedo perdonarme haberle tenido tanto miedo a mi
madre; haber anhelado tanto la aprobación de mi padre; haberme sentido tan poco
querido; haber tenido tanta necesidad de atención y afecto; haberme sentido tan
confundido por las cosas; haber hecho algo, aunque no tengo idea de que, para
que mi padre abusara sexualmente de mí; haber sido tan torpe en las clases de
gimnasia; haberme sentido intimidado por mi profesor; haber sufrido tanto; no
haber sido popular en la escuela; haber sido tímido y apocado; no haber sido
más duro; haber temido desobedecer a mis padres; haber hecho cualquier cosa
para gustar; haber ansiado que me trataran con amabilidad; haber sido
malhumorado y hostil; haber tenido celos de mi hermano menor; haber pensado que
todo el mundo sabía más que yo; no haber sabido qué hacer cuando me
ridiculizaban; no haberme enfrentado a la gente; que mis ropas fueran siempre
las más pobres y andrajosas de entre todos mis compañeros de escuela.
En realidad, el niño que fuimos una vez puede ser
recordado como una fuente de dolor, rabia, miedo, embarazo o humillación, o ser
reprimido, rechazado, repudiado y olvidado. Rechazamos a ese niño tal
como, quizás, lo hicieran otros, y nuestra crueldad para con ese niño
puede proseguir diaria e indefinidamente a través de toda nuestra vida, en el
teatro de nuestra propia psique, donde el niño continua existiendo como una
subpersonalidad, un sí-mismo niño.
Podemos, como adultos, encontrar múltiples pruebas del
rechazo de los demás en nuestras relaciones actuales, sin darnos cuenta de que
las raíces de nuestra experiencia de rechazo son más internas que externas.
Toda nuestra vida puede consistir en una serie de actos de incesante auto
rechazo, mientras seguimos quejándonos de que son los otros los que no nos
quieren.
Cuando aprendemos a perdonar al niño que hemos sido,
por algo que él o ella no sabía o no podía hacer, o no era capaz de afrontar, o
sentía o no sentía; cuando luchaba por sobrevivir de la mejor manera posible,
entonces el sí-mismo adulto ya no sostiene una relación de realidad con el
sí-mismo niño- Una parte no está en guerra con la otra, Nuestras respuestas
adultas son más adecuadas.
Anteriormente introduje el concepto de un sí-mismo
niño: la representación interna del niño que fuimos una vez, la constelación de
actitudes, sentimientos, valores y perspectivas que fueron nuestros hace mucho
tiempo, y que gozan de inmortalidad psicológica como un componente de nuestro
si-mismo total. Es un sub-sí-mismo, una subpersonalidad, un
estado mental que puede ser más o menos dominante en un momento dado, y en
virtud del cual obramos a veces, casi exclusivamente, sin darnos cuenta de que
lo hacemos.
Podemos (de forma implícita) relacionarnos con nuestro
sí-mismo niño de manera consciente o inconsciente, con benevolencia o con
hostilidad, con compasión o con severidad. Como espero que aclaren los
ejercicios que figuran en esta sección, cuando uno se relaciona consciente y
positivamente con el sí-mismo niño, éste puede ser asimilado e integrado en el
sé-mismo total. Cuando la relación es inconsciente y/o negativa, se abandona al
sí-mismo niño en una especie de alienado olvido. En este último caso, cuando se
deja inconsciente al sí-mismo niño, o se lo rechaza y repudia, nos fragmentamos;
no nos sentimos completos; en alguna medida nos sentimos enajenados de nosotros
mismos; y la autoestima queda perjudicada.
Cuando no se lo reconoce ni se lo comprende, o se lo
rechaza y abandona, el sí-mismo niño puede convertirse en una
"perturbación" que obstruye tanto nuestra evolución como el goce de
la existencia. La expresión externa de este fenómeno es que a veces mostraremos
una conducta infantil nociva, o caeremos en modelos de dependencia
inapropiados, o nos volveremos narcisistas, o experimentaremos el mundo como si
éste perteneciera a "los mayores".
Por el contrario, si es reconocido, aceptado, admitido
y por lo tanto integrado, el sí-mismo niño puede ser una magnífica fuente de
enriquecimiento de nuestra vida, con su potencial de espontaneidad, capacidad
lúdica e imaginación.
Antes de intimar con su sí-mismo niño e integrarlo,
para que conviva con armoniosa relación con el resto de usted, debe tomar
contacto con esa entidad que vive en su mundo interior. Como medio de presentar
a mis pacientes o alumnos a sus sí-mismos, a veces les pido que se dejen llevar
por una fantasía, que se imaginen caminando por una carretera rural hasta que,
a lo lejos, vean a un niño sentado junto a un árbol y, al acercarse, comprueben
que ese niño es el sí-mismo que ellos fueron una vez. Luego les pido que se
sienten junto al árbol y entablen un diálogo con el niño. Los animo a que
hablen en voz alta, para profundizar la realidad de la experiencia. ¿Qué
quieren y necesitan decirse el uno al otro? No es infrecuente que broten las
lágrimas; a veces se manifiesta alegría. Pero casi siempre se dan cuenta de que
de alguna manera el niño aún existe dentro de la psique (como un estado mental)
y porta su contribución a la vida del adulto. De este descubrimiento emerge un
sí-mismo más rico, más pleno. A menudo advierten con tristeza que habían
pensado, equivocadamente, que necesitaban deshacerse de ese niño para poder
crecer.
Ejercicio
Cuando trabajo con un paciente con el objetivo de integrar a su sí-mismo niño, con frecuencia sugiero este sencillo ejercicio que usted podrá realizar con facilidad. (Si tiene un amigo que pueda leerle las instrucciones que siguen, tanto mejor; también puede grabarlas usted mismo en una cinta y luego escucharlas; o simplemente leerlas hasta asimilarlas,
antes de llevarlas a la práctica.)
Cuando trabajo con un paciente con el objetivo de integrar a su sí-mismo niño, con frecuencia sugiero este sencillo ejercicio que usted podrá realizar con facilidad. (Si tiene un amigo que pueda leerle las instrucciones que siguen, tanto mejor; también puede grabarlas usted mismo en una cinta y luego escucharlas; o simplemente leerlas hasta asimilarlas,
antes de llevarlas a la práctica.)
Durante unos
minutos contemple fotografías de usted mismo cuando era niño (suponiendo que
las tenga; si no, continúe sin ellas). Después cierre los ojos y aspire varias
veces, profunda y relajadamente. Penetre en su interior y hágase estas
preguntas: ¿Cómo era tener cinco años? ¿Cómo imagina que experimentaba usted
su cuerpo entonces?... ¿Cómo era vivir en su casa?... ¿Cómo se sentaba?
Siéntese como usted imagina que se sienta un niño de cinco años Preste
atención a lo que percibe. Conserve la experiencia un rato en su mente.
Con solo
hacer este ejercicio todos los días durante dos o tres semanas aprenderá a
percibir mejor su sí-mismo niño, así como también a lograr un mayor nivel de
integración del que quizás experimenta en el presente, porque estaría dando el
primer paso convertir en visible al sí-mismo niño y tratarlo con seriedad.
Pero el
trabajo de contemplar oraciones es una herramienta mucho más avanzada y
poderosa para despertar el reconocimiento de su sí-mismo niño y facilitar la
integración. Como ya he dicho antes, utilice un cuaderno, y escriba al comienzo
de una página en blanco cada una de las oraciones incompletas que figuran
abajo; luego escriba de seis a diez finales para cada una, lo más rápidamente
posible y sin autocriticarse, inventando cosas cuando sea necesario para
no perder el ritmo.
Cuando tenía cinco años.
Cuando tenía diez años.
Si recuerdo cómo era el mundo cuando yo
era
pequeño.
pequeño.
Si recuerdo cómo era mi cuerpo cuando yo
era
pequeño.
pequeño.
Si recuerdo cómo era la gente cuando yo
era
pequeño.
pequeño.
Con mis amigos me sentía.
Cuando me sentía solo, yo.
Cuando me sentía excitado, yo.
Si recuerdo lo que me parecía la vida
cuando era
yo chico.
yo chico.
Si el niño que hay dentro de mi pudiera
hablar,
diría.
diría.
Una de las cosas que tuve que hacer de
niño
para sobrevivir fue.
para sobrevivir fue.
Una de las manera en
que trato a mi sí-mismo niño como lo hacia mi madre es.
Una de las maneras en
que trato a mi sí-mismo niño como lo hacía mi padre es.
Cuando el niño que
llevo en mi interior se siente ignorado por mí.
Cuando el niño que
llevo en mi interior se siente criticado por mí.
Una de las maneras en
que ese niño suele ocasionarme problemas es.
Sospecho que estoy
obrando a través de mi sí-mismo niño cuando.
Si ese niño fuera
aceptado por mí.
A veces, lo difícil de
aceptar plenamente al niño que tengo en mi interior es.
Si perdonara más a mi
sí-mismo niño.
Yo seria mas amable
con el niño que tengo en mi interior si.
Si escuchara las cosas
que ese niño necesita decirme.
Si aceptara plenamente
a ese niño como a una parte valiosa de mí.
Comienzo a darme cuenta
de.
Cuando me miro desde
esta perspectiva.
A algunos
pacientes les he hecho repetir este ejercicio varias veces, con intervalos de
alrededor de un mes. Los pedía que no miraran los finales que habían escrito
las veces anteriores. Cada vez producían finales nuevos, que los llevaban a
regiones más profundas. Sin la ayuda de ningún otro trabajo en esta área,
lograron extraordinarias visiones interiores e integraciones que dieron como
resultado su curación y un aumento de su autoestima.
Le
recomiendo que experimente con esta serie de oraciones incompletas y descubra
lo que pueda lograr con ellas. Al hacerlo, comprobará de qué manera este
trabajo puede ser beneficioso para su autoconfianza, autorrespeto y sentido de
la totalidad.
A
continuación, expondré un modo más avanzado de trabajar en el territorio
abierto por los principios de oraciones anteriores. Permita el principio: Cuando
tenia cinco años., y a continuación los siguientes: Una de las cosas que
mi sí-mismo de cinco años necesita de mí y nunca ha obtenido es.; Cuando mi
sí-mismo de cinco años trata de hablarme., si estuviera dispuesto a escuchar a
mi sí-mismo de cinco años con aceptación y compasión.; Si me niego a atender a
mi sí-mismo de cinco años.; al pensar en volver al pasado para ayudar a mi
sí-mismo de cinco años. Después, repita esta misma serie con sus sí-mismos
de seis, siete, ocho, nueve, diez, once y doce años. Logrará una milagrosa
autocuración de sus heridas.
Por último,
cuando sienta que ha adquirido un buen sentido de su sí-mismo niño como entidad
psicológica (que es lo que debería proporcionarle esta técnica de completar
oraciones), realice este nuevo ejercicio, a la vez simple y extraordinariamente
efectivo, para facilitar la integración.
Empleando
cualquier tipo de imágenes que le resulte útil -visuales, auditivas,
sensaciones kinestésicas-, imagine a su sí-mismo niño de pie ante usted. Luego,
sin decir una palabra, imagine que estrecha a ese niño en sus brazos,
acariciándolo con suavidad, con la intención de entablar con él una relación de
afecto. Permita que el niño responda o no responda. Permanezca suave y firme.
Deje que el le toque las manos, los brazos, y que su pecho le transmita
aceptación, compasión, respeto.
Recuerdo a
una paciente, Valentina, que en un principio tuvo dificultad para hacer este
ejercicio porque, según dijo, su sí-mismo niña era una mezcla de dolor, rabia y
desconfianza. "Se me escapa permanentemente -decía-. No confía en mí ni en
nadie." Le dije que, dadas sus experiencias, su respuesta era
perfectamente natural.
Luego
proseguí: "Imagine que yo me presento a usted con una niña y
le digo: ´Me gustaría que usted se hiciera cargo de ella. Ha sufrido algunas
malas experiencias y es muy desconfiada. Por un lado, un tío suyo intentó
violarla, y cuando ella quiso decírselo a su madre, ésta se enfadó con ella.
Así que se siente abandonada y traicionada. (Valentina había tenido esa
experiencia a los seis años.) Su nuevo hogar será el suyo, y su nueva vida la
pasará con usted. Tendrá que animarla a que le tenga confianza y a darse cuenta
de que usted es diferente de los otros adultos a quienes ella ha conocido´. Esa
será mi presentación de la niña. Después, puede hablarle, escucharla y dejar
que le diga todo lo que ella necesita que comprenda un adulto. Pero, en
principio, sólo abrácela. Permítale sentir seguridad mediante la calidad de su
ser, la calidad de su presencia. ¿Puede hacerlo?"
-Si
-respondió Valentina con ansiedad-. Hasta ahora la he tratado como todos los
demás. Como si ella no existiera, como si no estuviera allí, porque su dolor me
asustaba. Creo que yo también la he estado culpando, casi como lo hacia mi
madre.
-Entonces
cierre los ojos, cree a esa niña frente a usted, tómela en sus brazos y
permítale recibir su cariño. ¿Cómo se siente usted?... Me pregunto qué querrá
usted decirle. Tómese el tiempo necesario para descubrirlo.
Más tarde,
Valentina observó:
-Durante
todos estos años he tratado de ser adulta rechazando a la niña que fui. Me
sentía muy avergonzada, herida e irritada. Pero cuando tomé a esa niña en mis
brazos y la acepté como una parte de mí, por primera vez en mi vida me sentí
una adulta de verdad.
Ésta es una de las maneras de desarrollar la
autoestima.
FUENTE: Inteligencia
emocional.
Ramon Gamero. Terapeuta holistico (cita previa 650 91 73 64)
ME ENCANTO!!
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