domingo, 12 de febrero de 2012

IIIAprender a conocer y superar nuestras BARRERAS AFECTIVAS Y EMOCIONALES III Temas de hoy: NO NECESITO A NADIE; SOY FUERTE - "EN MI HOROSCOPO NO HAY AMOR" - "PARA MI ES MUY TARDE; "MI PLAZO YA VENCIO"


NO NECESITO A NADIE: SOY FUERTE'



En muchos casos, el bloqueo "No necesito ayuda" coexiste con el bloqueo "No quiero ocuparme de mis sentimientos", y se lo puede considerar una extensión y manifestación específica de aquel. Las personas que están incomodas con sus sentimientos en general, lo están en particular con sus sentimientos de necesidad y dependencia.

Muchas personas que afirman, en esencia, 'No necesito a nadie: soy fuerte', ignoran que esta posición actúa como bloqueo afectivo. Por el contrario, creen que los demás los aman por su fuerza y su autosuficiencia, y temen que si no fueran tan fuertes, los demás los amarían menos. No advierten que existe una diferencia entre el amor y la admiración, y que si bien la fuerza y la autosuficiencia pueden ser admirables, estos rasgos no despiertan afecto en la mayoría de la gente, o por lo menos no tanto afecto como la franqueza, la suavidad, el humor y la vulnerabilidad. Tampoco advierten que mucha gente necesita que la necesiten, y por lo tanto una postura de fuerza y autosuficiencia totales puede apartar a los demás. Así por, por ejemplo, una persona puede levantar un muro tan alto alrededor de sus sentimientos de dependencia y vulnerabilidad, que causa la impresión de ser frío y soberbio, por lo cual suscita antipatía en mucha gente.



CÓMO NIEGAN LOS HOMBRES SUS NECESIDADES EMOCIONALES



En nuestra cultura son sobre todo los hombres lo que tienen dificultades para reconocer las formas en que están vinculados con los demás y dependen de ellos. Varones y niñas desarrollan percepciones marcadamente distintas de sí mismos en relación con los demás. Ello se debe a que por lo general es la madre quien asume la responsabilidad principal por el cuidado de los hijos. Las niñas por pertenecer al mismo sexo, no desarrollan un sentido profundo de diferencia y separación en relación con la madre, y el hecho de sentirse similares y conectadas con ella determina la visión que tienen de sus posteriores relaciones y su manera de abordarlas. A la inversa, los varones desarrollan una fuerte percepción de sí mismos como individuos separados, muy distintos de las personas con la que tuvieron su primer vínculo íntimo, y ello colora la visión que tienen de sus relaciones adultas. Estas dos visiones diferentes de la propia persona se refuerzan más tarde a través de los roles sexuales. En nuestra cultura se ha alentado tradicionalmente al varón a construirse una identidad fuerte, como individuo independiente, en tanto que la mujer se espera que derive su identidad de la fusión con el varón - más valorado por su carácter de tal - y que, idealmente, le dé hijos varones. El resultado final es que los hombres tienden a verse a sí mismos como individuos autónomos, algo separados o totalmente apartados de los demás, mientras que las mujeres se ven a sí mismas como personas conectadas, insertas en una compleja red de relaciones.

Dentro de una misma relación, es frecuente que el hombre se vea a sí mismo más dependiente de lo que es en realidad, en tanto que a la mujer le ocurre lo contrario. Por ejemplo, cuando un paciente nuestro, Alan, entró en terapia hacía más de 12 años que Ana se ocupaba de sus necesidades físicas, sexuales y emocionales. Sin el apoyo emocional de Ana, a Alan le resultaría difícil enfrentarse con el mundo exterior, y sin sus servicios prácticos- tales como lavarle la ropa y llevar el coche al taller para repararlo-, es probable que Alan no podría vestirse por la mañana. No obstante, Alan persistía en verse a sí mismo como un ser autónomo y autosuficiente, al igual que muchos hombres en situaciones similares.

Ana, por el contrario, tenía, como muchas mujeres, una percepción insuficiente de su propia capacidad para bastarse a sí misma, y no veía en absoluto la forma en que los demás se apoyaban en ella. Durante la mayor parte de sus años de matrimonio, Ana creyó siempre que necesitaba a Alan y dependía de él mucho más de lo que él la necesitaba y dependía de ella. Minimizaba el hecho de haber trabajado como enfermera en doble turno para que él pudiera terminar su carrera de abogado. "En realidad, él no me necesitaba", decía. "Si no hubiera contado conmigo, habría encontrado otra manera de hacerlo". Al mismo tiempo, minimizaba sus propios logros, convencida de que ser enfermera era fácil, mientras que llegar a ser abogado era difícil. "Yo no hubiera sido capaz", aseguraba. Sólo después de 10 años de matrimonio y de entrar en un grupo terapéutico, Ana comenzó a cuestionarse esas suposiciones.





"EN MI HORÓSCOPO NO HAY AMOR"



Las personas que se consideran condenadas a la privación afectiva, también suelen creerse destinadas a sufrir privaciones económicas y materiales. Algunos provienen de hogares en los que la falta de recursos emocionales iba de la mano con una falta de recursos económicos, por lo cual las dos clases de privación quedaron inextricablemente ligadas en su mente. Otros llegaron a las misma conclusiones pese a haberse criado en hogares de buena situación económica. En estos casos, la sensación de carencia emocional que impregnaba el clima familiar de su infancia salpicaba el orden de las cosas materiales, coloreando la forma de ver y manejar el dinero y haciendo que todos se sintieran pobres y que los niños crecieran con una "mentalidad de pobreza".

Suele suceder que una persona supere un bloqueo afectivo, sólo para descubrir que detrás está agazapado otro bloqueo más grave y más profundamente arraigado. Eso fue lo que le ocurrió a una paciente llamada Joyce. Durante su primera etapa de terapia, poco después de los veinte años, la preocupación principal de Joyce era superar su bloqueo "No necesito a nadie, soy fuerte". En ese momento parecía que el principal obstáculo que le impedía obtener relaciones satisfactorias era su incapacidad para reconocer y aceptar que tenía necesidades emocionales. Pero cuando Joyce retomó la terapia unos años más tarde se hizo evidente que detrás de aquel bloqueo se ocultaba otro: "En mi horóscopo no hay amor".



EL MUNDO COMO UN SITIO IMPLACABLE


Algunas personas que creen que nunca tendrán otra oportunidad para el amor, piensan simplemente que ya han otorgado la cuota que les corresponde. Un ejemplo clásico es el de la viuda o viudo que no quieren ni oír hablar de salir con una persona del sexo opuesto y mucho menos de volver a casarse, ya que eso sería una traición al cónyuge desaparecido, 'mi único amor verdadero'. Pero lo más común es que quienes padecen este bloqueo sientan que han DESPILFARRADO o ARRUINADO sus oportunidades, o que corren el riesgo de que eso les ocurra. Para los que así piensan, este mundo no es sólo un sitio de escasez, sino también un sitio implacable.


Las personas que creen que ya han consumido sus oportunidades para el amor, generalmente piensan que no lograr que una relación funcione (sobre todo el matrimonio) es un delito terrible que merece ser castigado. ¿Y qué mejor castigo puede haber que no tener ya jamás otra oportunidad, y por lo tanto estar condenado a la soledad perpetua? Después de un divorcio, por ejemplo, muchas personas se culpan a sí mismos razonando de este modo: 'Vivir solo el resto de mi vida es el castigo que merezco por haber fracasado en mi matrimonio'.

También aquí la influencia de la familia desempeña un papel importante. Es muy probable que el mundo le parezca un lugar implacable a quien creció en un hogar donde reinaba la inquina y nadie pedía perdón nunca, o donde se arrastraban las mismas acusaciones y las mismas agresiones a lo largo de los años. Al que creció en un hogar donde le más mínimo 'delito' (no tender la cama, olvidar un plato sucio en la cocina, derramar la leche en el piso) provocaba amenazas de castigo eterno ('No volveré a hablarte nunca', 'Te daré una lección que no olvidarás jamás', 'Ve a tu cuarto y no vuelvas a salir nunca más'), probablemente le resulte muy difícil creer que el mundo puede perdonar.

'Sólo te dan una oportunidad, y si la malogras no habrá otras', es una clásica experiencia infantil por la que pasan incluso las personas que se criaron en una familia muy bien avenida. Casi no hay quien no recuerde un episodio en el que perdió, rompió por accidente o arruinó en un berrinche un objeto favorito. En lugar de consolarlo por la pérdida, se lo reprendía: '¿Ves lo que pasa cuando no cuidas tus cosas? Pues bien, si esperas que te compremos otro (juguete, vestido, muñeco, etc.), olvídalo. Eres tú quien lo perdió (rompió, aplastó, etc.), de modo que te lo tienes merecido'.

Las personas que crecen con la sensación de que el mundo es un sitio implacable desembocan en un callejón sin salida que limita su capacidad de amarse a sí mismas. Dado que no existe un ser capaz de llegar a una edad avanzada sin lastimar a otros aunque sólo sea ocasionalmente y sin cometer algún acto criticable, saber perdonarse es esencial para el bienestar psicológico. Pero quien no cree en la posibilidad del perdón no podrá hacerlo, y por lo tanto se verá obligado a abrazar una de estas dos imágenes distorsionadas de sí mismo: o bien se verá como una mala persona condenada a pasar por la vida manchado por todas las malas acciones que alguna vez cometió, o se verá como alguien que goza de un status muy especial y elevado, alguien que es incapaz de hacer nada malo y en consecuencia está por encima de la necesidad de perdón. Para los del primer grupo el amor a sí mismos está fuera de la cuestión y la vida llena de autoodio y autocastigo. Los del segundo grupo PARECEN sentir un gran amor por sí mismos, pero se trata de un pseudoamor basado en un concepto erróneo del propio yo y del lugar que ocupan en el mundo.

Cuando la gente crece viendo al mundo como un sitio implacable, también tiene tendencia a ser implacable con los demás. Esas personas responden a las heridas y desilusiones que sufren en su relación con los demás con esta actitud: "Aquí se acabó todo. Has arruinado todas tus chances conmigo, y no te daré otra oportunidad de acercarte a mi y volver a hacerlo". Es habitual que hagan balance de lo que dan y lo que reciben y se sientan perpetuamente víctimas y explotados, lamentándose en estos términos: "¿Por qué dar tanto para recibir tan poco?".

También la situación económica de una familia puede hacerle sentir al niño que el mundo es un lugar de escasez. Muchas personas criados en hogares donde el dinero escaseaba siguen sintiéndose pobres aun cuando llegan en la adultez a una situación económica estable incluso brillante. Ideas como "No me alcanzará" o "Mañana me lo quitarán todo" están tan firmemente arraigadas que es imposible eliminarlas. Estas personas pueden también trasladar su percepción interior de escasez del terreno económico al personal, convencidas d que si gozan de abundancia material el destino se cobrará lo suyo estafándolos en el terreno del amor.

Muchas culturas tienen leyendas para ayudar a la gente a manejar la ansiedad y el miedo. A un paciente nuestro, llamado Jorge, lo ayudó una práctica acerca de un dragón, similar a la historia india de Vichnú. Cuenta esa leyenda que en tiempos medievales había una aldea que vivía horrorizada por una dragón que habitaba en una cueva en las afueras. Todos estaban dominados por el miedo al dragón, y a medida que el miedo crecía, mudaban sus viviendas cada vez más lejos de la cueva. Pero el dragón seguía creciendo. De los diez metros de largo que medía al principio, pasó a los quince y luego a los veinte. Le salieron dos cabezas en lugar de una. Grandes púas le crecieron en el lomo y empezó a echar fuego por la boca. Cuanto más aterrados estaban los aldeano y cuánto más trataban de alejarse, tanto más se acercaba el dragón y más lejos llegaba su aliento ardiente.

Cierto día, un joven aldeano que había crecido en medio del terror que inspiraba el monstruo, decidió acercarse a la cueva para ver si la bestia era tan feroz como todos creían. Su familia y los demás aldeanos tratan de disuadirlo, pero él estaba decidido. Aunque el miedo hacía palpitar aceleradamente su corazón, partió en dirección de la cueva del dragón. A medida que se acercaba, su miedo crecía. El sudor le corría por la cara y sus piernas casi no le sostenían. Pero siguió caminando.

Por fin avistó la cueva. Oyó los movimientos del dragón y su terror aumentó. Estuvo a punto de vomitar y sintió ganas de huir. Pero siguió avanzando hacia la cueva hasta que pudo espiar el interior. Lo que vio lo sorprendió. El dragón era grande y fiero, pero ni por asomo tan grande y fiero como el suponía. Tenía una sola cabeza. Y ninguna púa. Arrojaba fuego, pero las llamas apenas llegaban a un metro de distancia. Muy aliviado el aldeano decidió sentarse a descansar. Se quedó dormido durante varias horas, y al despertar notó algo extraño. El dragón parecía más pequeño y menos feroz que antes. El joven decidió pasar la noche allí. Cuando despertó por la mañana, el dragón seguía en su lugar pero era mucho más pequeño. El aldeano se acercó a la bestia y le habló. Al hacerlo, el dragón siguió encogiéndose hasta que no fue más grande que un lagarto.

El joven regresó a la aldea y contó su aventura. Al principio los demás no le creyeron, pero poco después empezaron a acercarse a la cueva, primero de a dos y de a tres y luego en grupos mayores, para ver al dragón con sus propios ojos. Comprobaron que el dragón era desagradable y un tanto amenazante, pero ni tan feo ni tan feroz como ellos creían. Seguían sin gustarles la idea de que un dragón viviera en el linde con su aldea, pero ahora que se habían enfrentado con la bestia no les molestaba demasiado, y con el tiempo se acostumbraron su presencia.



"PARA MI ES MUY TARDE; MI PLAZO YA VENCIÓ"

"Paso la hora, entreguen su prueba". Para la mayoría de las personas éstas son palabras familiares. Para muchos, también son palabras ominosas, que les recuerdan alguna ocasión en que el reloj sonó antes de que hubieran podido terminar un examen. Que nos dijeran que "pasó la hora" antes de que hubiéramos terminado una prueba nos hacía sentir muy mal, sobre todo si habíamos estudiado mucho. Tal vez nos sintiéramos estafados, pensando que no nos habían dado el tiempo necesario. Tal vez nos sintiéramos estúpidos y lentos y nos reprocháramos habernos demorado tanto en la primera parte. Inevitablemente entregábamos el examen de mala gana, quizá diciéndonos: "Si hubiera tenido más tiempo me habría sacado un 10" .

Para muchas personas, 'Pasó la hora' no es simplemente una frase asociada con sus tiempos de estudiante: es también una frase que resume su manera de sentir respecto de sus oportunidades para el amor. De acuerdo con su visión del mundo, cuando el destino distribuye las oportunidades para el amor, cada una lleva un sello con la fecha de vencimiento, correspondiente a determinada época de nuestra vida. SI cumplida esa fecha no hemos hecho uso de esas oportunidades, mala suerte: automáticamente todos caducan.

A primera vista podría pensar que el bloqueo 'Para mí es muy tarde; mi plazo ya venció', es idéntico al bloqueo 'Ya no tendré otra oportunidad', examinado antes. Es cierto que a veces estos bloqueos van de la mano. Pero en realidad son distintos el uno del otro, y la persona que padece uno de los dos, no necesariamente padece el otro.

Para las personas que creen que habrán de consumir o malograr sus únicas oportunidades para el amor, el mundo es un sitio donde rige el principio de escasez y donde por lo tanto cada uno de nosotros sólo recibe una única oportunidad, o unas pocas. Pero para quienes consideran que su plazo ya venció, lo que está limitado no es el número de oportunidades, sino el tiempo dentro del cual debemos utilizarlas. Los que así piensan pueden creer que se les ha concedido un número INFINITO de oportunidades, pero como participantes de un concurso televisivo a los que se les da un minuto para cargar la mayor cantidad posible de productos en una carretilla, creen que tienen un plazo determinado para utilizar sus oportunidades, y que si no logran hacerlo antes de que suene el timbre, eso significa que 'la hora ya pasó' y todas las oportunidades desaparecen.



IMPACIENCIA


Las personas que crecieron en medio de un clima de impaciencia suelen entrar a la edad madura sin haber madurado en una serie de aspectos emocionales. El niño tiene su propio reloj de desarrollo, que indica por qué etapa habrá de atravesar naturalmente, cuando y en qué orden. En una familia ideal se respeta el reloj interno del niño. No se lo obliga a abandonar la mamadera cuando aún siente una gran necesidad de ella, no se espera que forme frases cuando sólo está empezando a balbucear sus primeras palabras. Dicho de otro modo: no se espera- ni se lo obliga a ello- que se porte "como un chico grande" antes de que haya cumplido el tiempo en que necesita ser un bebé. En un hogar donde la regla es la impaciencia de los padres, la situación es muy diferente. Lo que impera es la necesidad de dominio de los padres, y son sus expectativas, y no el reloj interno del niño, las que marca el ritmo para el desarrollo de los hijos.

Inevitablemente, los niños criados en hogares impacientes se ven forzados a recorrer las fases de su desarrollo a n ritmo acelerado; antes de que hayan tenido tiempo de completar una etapa, se los empuja hacia la etapa siguiente.

Esas personas a menudo aprenden a enorgullecerse de ser "muy maduros para su edad" y a tener un "equilibrio de personas mucho mayores". Pero en un momento dado, los aspectos emocionales no elaborados en la infancia irrumpen en la edad adulta, llevándolos en ciertos casos a crisis graves. Si desean seguir adelante, lo único que les queda por hacer es ir hacia atrás para identificar y finalmente completar las tare3as tan largamente demoradas.

En la edad adulta, las personas que crecieron en un clima de impaciencia también tienden a ser muy impacientes consigo mismo y con los demás. No se conceden a sí mismos ni a los demás el tiempo necesario para aprender y crecer. Tampoco conceden a sus relaciones el tiempo necesario para desarrollarse. Tienen una necesidad urgente de establecer una intimidad inmediata, como si ya en el primer encuentro quisieran dar el salto hasta la mitad de la relación. Una relación que se desarrolla a un ritmo más lento, más saludable, los frustra y los enfurece; las cosas no ocurren lo bastante rápido y eso no pueden soportarlo.

Quienes sienten que su plazo ha vencido suelen rechazar la terapia- "Es demasiado tarde para empezar a cambiar", creen. "¿Para qué entonces debo tomarme la molestia de intentarlo?". Pero si entran en terapia manifiestan la misma urgencia. Quieren experimentar cambios rotundos, y experimentarlos ahora. Si eso no ocurre su frustración es enorme, Puesto que la psiquis incorpora e integra el cambio gradual mucho más fácilmente que el cambio súbito, es crucial para las personas que padecen este bloqueo aprender a darse el premiso s sí mismos para avanzar lentamente y no dejar que su sensación de que "mi tiempo se está acabando" los domine hasta el punto de renunciar por completo al tratamiento.



LA VISIÓN INFANTIL DEL TIEMPO


¿Por qué tantas personas, por lo demás pacientes, sienten semejante pánico y urgencia cuando esperan que alguien que les interesa las llame, venga a verlas, les diga "la palabra justa", o satisfaga de algún otro modo sus necesidades? El pánico surge porque cuando las necesidades emocionales básicas de una persona son activadas y se ven luego frustradas en una relación, la experiencia hace aflorar el recuerdo inconsciente de aquel tiempo en que era un niño desvalido cuyos padres tenían un poder absoluto. Y ese recuerdo es acompañado por una regresión a la visión infantil del tiempo. Los infantes no son capaces de distinguir entre un minuto, una hora y una semana; lo único que conocen es el ahora, el momento presente. Cuando un bebé necesita alimento, lo necesita ahora. Si debe esperar, no puede distribuir entre 10 minutos y una hora; la espera siempre le parecerá eterna. Además, siente que si su necesidad no es satisfecha ahora, no lo será nunca, y si eso ocurre sabe que morirá. De ahí el sentimiento de pánico total aun cuando sólo se trate de un lapso breve de espera y frustración.

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